Expedicionarios:
Alexis Paulise
Matias Lotitto
-¿Te parece si concinamos las 9 empanadas que quedan y las llevamos para almorzar en el camino? "Dale, buenísimo", contesté mientras preparaba la hoya con el anafe, las sopas instantáneas, y la bolsa con azucar.
La idea era llegar al refugio de paso del viento, pasar la noche allá y regresar al otro día al Chaltén. Lo único a tener en cuenta era que a buen ritmo y para alguien que está acostumbrado a caminar en la montaña, la caminata de ida era de al menos 10 horas, y lo mismo para la caminata de vuelta. Sumado a esto, yo nunca había ido hasta allá, y si bien mi compañero sí conocía el lugar, nunca había llegado en un día. El otro tema a tener en cuenta era que según el pronóstico, la temperatura de la noche por esos lares, sería de unos 4 grados bajo cero. Una de los puntos más impresionantes de esta caminata, es que en el punto más alto, se divisa lo que se conoce como el campo de hielo patagónico sur. El mismo, es un especie de altiplano hecho de hielo encerrado por la cordillera de los Andes y del cual nacen las decenas de glaciares que dan nombre al renombrado Parque Nacional. El refugio queda justo junto a una laguna a unas dos horas del punto más alto "Paso del Viento"; detrás de la misma, se puede observar el nacimiento del conocido Glaciar Viedma, el cual al día de hoy es el más grande de la Argentina. Matiias tuvo que pedir prestada una bolsa de dormir propicia para tan bajas temperaturas y yo usaría la mía, lo único que me preocupaba es que a la altura de los pies tiene un tajo de aproximadamente 15 cm, por el cual podría podría filtrarse bastante frío. Supusimos que estaríamos bien, asique con las mochilas cargadas, nos fuimos a dormir, ansiosos por comenzar la expedición.
Primer objetivo: Laguna ToroFue una mañana de sábado esa en la que partimos, caminábamos medio dormidos por las calles desiertas de las 7 de la mañana del Chaltén; recuerdo que cruzamos el puente y llegamos a la cabaña de Parques Nacionales, desde la cual nace el sendero que va hacia la primer parada del trayecto "campamento Laguna Toro". Había decidido encarar el proyecto con las botas que me prestó Matias, por lo que conocía del camino, pensé que serían más propicias que unas simples zapatillas de trekking. El detalle que olvidé, fue que el usar botas a la que nuestros pies no están acostumbrados, acarrea el grave problema de las ampollas; inconveniente que empezó a molestar aproximadamente a la primer hora de caminata.
No tardamos en adentrarnos en el hermoso sendero, asique mientras atravesábamos frondosos bosques de Lengas y verdes praderas, nos deleitábamos con el cerro Fitz Roy apareciendo de a ratos de mano derecha, hermoso, enorme, recubierto de los primeros rayos de sol de la mañana y dejando entrever sus grietas y repisas nevadas.


Con un glaciar de por medio




Cerca del refugio
Desde ese punto y con las piernas que gritaban por el cansancio y la pronunicada subida, falatban aún dos horas hasta el refugio. El frío era tan ardiente en ese nivel, que decidí ponerme nuevamente el guante aunque estuviera mojado, la idea era que se seque con el calor del cuerpo y que la mano no se corte con las cuchillas heladas que volaban por el aire. Bajamos por una ladera pedreguzca, había que apoyarse contra un lado del cuerpo para impedir caer en las pequeñas avalanchas de piedras que se iniciaban con cada movimiento. Una vez más, cualquier resbalón podría haber siginificado rodar unos trescientos metros sin paradas intermedias. Superada la interminable bajada, encaramos del camino al refugio por una superficie relativamente horizontal, lo peor había pasado y para las 6 de la tarde aproximadamente, abrimos la puerta y entramos a la acogedora casilla.

La mañana del domingo nos levantamos con una ventana que nos mostraba un paisaje totalmente distinto al que habiamos conocido. El clima había hecho de las suyas y ahora estaba todo cubierto de una capa blaquísima de nieve. Tomamos un té con unas gallettitas que habían sobrado, y junto a otros dos porteadores (Carlos de San Juan y Jonas de Santiago de Chile), emprendimos el regreso. Todo el camino de ascenso al Paso del Viento estaba completamente blanco y atravesábamos la nieve sin parar ni un minuto. Las botas se hundían cada vez más y por momentos tirábamos pesadas rocas para chequear la profundidad. La subida era muy pronunciada y las piedras debajo del manto blanco estaban sueltas. Por momentos la nieve se convertía en hielo y la subida se ponía tan resbaladiza como peligrosa. Corríamos con suerte y no soplaba viento fuerte, asique había que apurarnos para atravesar el Paso lo antes posible y encarar la bajada interminable hasta el glaciar y luego laguna toro. Cuando llegamos a la cumbre, una vez más se apareció el campo de hielo y esta vez estaba un poco más despejado, se alcanzaba a ver un horizonte blanco difuso y unos alrededores color luna indescriptibles.
Comenzamos a bajar y seguíamos sobre un sendero marcado por nieve acumulada, había que cuidar muy bien los pasos ya que una vez más, las piedras debajo estaban totalemente sueltas y la capa blanca era traicionera.
Llegamos a laguna Toro a la una de la tarde y con el frío que se acentuaba más y más, decidimos seguis de largo y no parar; esta vez no había medias de recambio y teníamos las botas completamente mojadas. Aún faltaban 5 horas de caminata hasta el pueblo.Ni bien arrancamos, comenzó a caer un agua nieve tímida que de a poco se fue convirtiendo en una fuerte nevada que nos azotaba en cada metro. Las Lengas estaban cubriéndose de blanco y si bien hacía frío y no dábamos más de cansancio, era hermoso caminar en ese bosque.
Habían pasado algunas horas desde la partida de Toro, y ya el hambre de no haber comido en todo el día, se hacía presente, no teníamos más que un paquete de galletitas de agua y no podíamos parar con el frío intenso y la nieve alrededor. Fue cuando más esfuerzo hicimos, fue cuando más largo se hizo el camino, cuando más deseamos llegar, comer algo y tomar una ducha caliente. Esta vez ya no importaba mojarse, cruzabamos los charcos de mallín y los riachos como si tuvieramos botas, como si fueramos niños en una inundación, de nada servía intentar esquivarlos y el obejtivo era llegar lo antes posible.
Eran las 6 de la tarde cuando finalmente tocamos nuevamente tierra chaltenense y el sol empezaba a recostarse sobre todas las cosas. Sin duda, la más linda, peligrosa e intensa caminata que jamás había emprendido. Los pies me ardían y la panza gruñia fuerte, también tenía una contractura en el empeine que ya molestaba más que las ampollas y la espalda también gritaba con la mochila a cuestas. Sin embargo, creo que todo eso malo que pasaba al llegar, esta justificado por pisar aquellas tierras que de otra forma, serían desconocidas, inexistentes, aquellas tierras que también dan forma a nuestro planeta, aquellas tierras que pocos conocen y con las cuales pocos sueñan.