domingo, 6 de noviembre de 2011

Primeras líneas de un viaje a Patagonia en Gordini

Es jueves 3 de noviembre y la tanquilidad de la tarde en Los Antiguos se hace presente. Esto se trata de sentarse frente a la inmensidad del lago Buenos Aires; se trata de perderse en sus distintas tonalidades, del turqueza, del azul profundo y lo picado del viento patagónico. Viene bajando rapidísimo, desde los picos nevados de mediados de primavera, desde el lado chileno de la cordillera. Sopla desbocado este viento que mese los sauces que nos cubren. El Gordini quedó estacionado en el camping municipal del cual somos practicamente los únicos huéspedes.
Parece mentira que ya sea tierra Santacruceña la que nos acoge; parece mentira que sólo hace 7 días llegábamos a General Acha después de haber pasado la primer noche en Pehuajó ¿Pehuajó? ¿Quién hubiese dicho que la tierra de Manuelita sería la primer parada de esta aventura rutera? Esa noche recuerdo que nos quedamos en el sector de fogones del club del lugar. Estábamos solos y prendimos un fuego para calentar el aire frío de la noche de campo. La cena se compuso de sandwiches que María, la tercer integrante del equipo, había preparado antes de salir.
Estábamos satisfechos con el desempeño del auto, 330 km y sin problemas aparentes. Todo había comenzado de manera estupenda y los 70 km/h de velocidad crucero no se habían hecho pesados.
Así continuamos aquel jueves a la segunda parada, Parque Nacional Lihue Calel, llegando con la noche que nos corría de atrás. Habíamos pasado por ese parque en varias oportunidades, pero no recordábamos ni siquiera cómo era la entrada. Es un lugar perdido en el principio de la ruta del desierto, al sur de la provincia de La Pampa.
El camino desde Pehuajó había sido hermoso, repleto de nacientes plantaciones, de pequeños pueblos pampeanos y de Eucaliptos de todos los tamaños. Se los veía en grupos, perdidos en el verde horizonte y con las ramas arañando el cielo azul, aquel cielo que parece mucho más azul en el campo, ahi, donde se respira con aroma a pasto húmedo, a viento libre de edificios.
El crepúsculo del segundo día nos mostró su sol más brillante, anaranjando sus alrededores y mirándonos de cerca, eramos una hormiga roja en un camino casi desértico.
 Armamos la carpa en un terreno arenoso, escondido entre árboles espinosos y junto a una mesa del camping. Juntamos leña, hicimos pizza a la parrilla, y de postre nos escabullimos entre las ramas colgantes y llegamos a un pequeño descampado. Desde ahí las estrellas no tenían competencia, cubrían todo, cada centímetro del firmamento parecía iluminado. Algunas más blancas, otras más grandes y otras más lejos; pero sin duda, todas hermosas. En ese momento, sólo pensaba en una frase de la banda española Extremoduro: “..me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor..”.

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