lunes, 8 de agosto de 2011

Moscú, la única en su especie


Llegué a Moscú el sábado 06 de agosto. Por suerte, al bajar del avión, pude encontrar rápidamente el tren que me llevaba al centro. El viaje de 40 minutos desde el aeropuerto atravesó bosques de todo tipo, enormes ríos y de apoco se fue acercando a esta ciudad tan inmensa.
Llegué al hostel a eso de las 10.30 de la noche, casi sin haber comido en todo el día, y con mucho calor. Lo primero que hice después de la ducha, fue un plato de fideos instantáneos con una lata de atún, parte del botín que tengo preparado para el gran y largo viaje del Transiberiano.
Esa noche, fuimos con alguna gente del hostel a un bar, el grupo estaba compuesto por mi, un brasilero, un francés nacido en El Congo, una ucraniana, un ruso, un inglés y una austríaca. Nos subimos al auto del ruso pensando que ibamos sólo a algunas cuadras del hostel, eramos siete en total, y creo que todos sentimos el mismo miedo cuando el dueño del auto, que trabajaba en el hotel, empezó a manejar a una velocidad bastante considerable por las calles de Moscú. En un abrir y cerrar de ojos, estabamos en una enorme avenida y un miembro del grupo me dice así como si nada “that´s de Red Square”, en ese momento giré la cabeza y ahi la vi, mi primer contacto visual con la famosa catedral de St. Basil, así como si nada, ahí como si fuera un edificio más, y yo mirándola por primera vez, hermosa. Con respecto al tema de la forma de manejar, después descubrí que no era sólo él, todos en esta ciudad manejan como si estuvieran en una carrera por llegar a no sé exactamente donde.
Afortunadamente, llegamos sanos y salvos y resultó que el bar era un exelente lugar para pasar un buen rato tomando unas cervezas y bailando un poco.
El lunes 7 de agosto, me levanté a eso de las 8.30 de la mañana, ansioso por recorrer la ciudad, por ir a ver la Plaza Roja, la Catedral, el Kremlin, y más.
Moscú es una ciudad masiva, enorme, imperial, todo en ella parece ser proporcional al tamaño del país, sus avenidas, sus edificios, la gente, las estatuas, los puentes; todo es inconmesurable. No es un lugar con edificios altos y modernos, es una ciudad con bloques de ladrillo y cemento de cientos de metros, con pequeñas ventanas y con con muchos adornos y detalles.
Luego de caminar media hora por una peatonal, Moscú mostró su lado más impresionante. Sólo pensaba en ver la famosa Catedral, pero lo primero que se apareció frente a mi fueron unas enormes murallas rojas adornadas con torres punteagudas, ahi estaba, el Kremlin. No sólo es un sector de varias hectareas amurllado, es también hogar de 5 iglesias increíblemente adornadas, increíblemente especiales y únicas cada una en particular. El recorrido es recomendable hacerlo con un audioguía, te lleva de una a otra y cuenta de lo antiquísimo de sus muros, de cómo esas arañas de 300 kg llegaron a estar colgadas ahi, de como los muros están completamente pintados, las columnas, el techo, las cúpulas, todo, todo es un conjunto de frescos hechos hace más de 500 años, todo en su conjunto es tan difícil de describir, tan disitnto a todo lo que había alguna vez visto, tan ruso, tan como es todo en Moscú, tan a su manera, tan Made in Rusia.
Junto al Kremlin, la entrada a la Plaza Roja, y en el horizonte a unos 200 metros, la Catedral de St. Basil, esta vez la veía de día, desde el suelo, no desde un auto, con el cielo azul atrás y sólo algunas nubes como idolatrándola. Por fuera, alardea de su belleza con cúpulas de todos colores y formas, cuadriculadas, a rayas derechas y a rayas curbas, cuadriculada con puntas; amarillo, naranja, azul, blanco, rojo, y no sé cuantas formas y colores más, creo que no tienen fin. Es imponente, distinta, rara, de otro mundo, una vez más, del mundo de Rusia.
En realidad, las cúpulas que se ven pertenecen a distintas iglesias que en su conjunto, dan forma a la enorme Catedral. Por dentro es un laberinto de varios colores y una vez más, completamente adornado con frescos y pinturas de todo tipo; y cuando digo completamente adornados, me refiero a que no hay partes blancas o vacías en las paredes. Los estrechos pasillos conectan de una a otra y por momentos parece que uno viajara en el tiempo y todas las direcciones dejan de ser direcciones para ser una gran conjunto de pasadizos y senderos internos que te transportan entre cámaras, balcones, altares, cúpulas, galerías y muchísimas escaleras. Por fuera, las paredes de la catedral son de ladrillo a l vista, con algunas partes revocadas y otras partes pintadas; en conjunto con las cúpulas, parece una gran torta de cumpleaños, como de cuento, como si no fuera real.
Justo entre St. Basil y la El Kremlin, se puede visitar el mausoleo de Lenin, un lugar altamente custiodado, al que se entra dejando la cámara en una guardería y pasando por un detector de metales con guardias al final. No se puede frenar, el camino es serpenteante y siempre hacia adelante, aquél que pare a apreciar lo que hay o intente ir hacia atrás, recibirá un silvatazo de uno de los muchos guardias que están por todo el recorrido. El momento culminante es cuando se entra al mausoleo en sí, un lugar casi a oscuras, con un ataúd de vidrio en el medio, dentro de él, el cuerpo mantenido de Lenin. En esa parte el control es todavia más estricto, en la sala hay un vigilante en cada esquina, en la entrada y en la salida, y por supuesto, el paso tiene que ser constante y rápido.
Moscú demuestra en todo que es única, que debe ser visitada por cualquier amante del arte, por cualquiera que quiera ser abrumado, abosorvido y que nunca quiera olvidarla.


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