martes, 6 de septiembre de 2011

Odisea y Relax en el sur de Tailandia


Llegué a Railay Beach el 29 de agosto. Para llegar ahi, tuve que tomar un micro desde Bangkok hasta Krabi que tardó largas doce horas; luego una combi desde Krabi hasta Hao Nang, donde finalmente di con el mar verde turqueza que tenía en la cabeza.
Mientras esperábamos que lleguen algunas personas más para abordar el bote que nos llevaría hasta la península de Railay, el cielo se vino abajo en una tormenta cuasi-tropical que duró no menos de 40 minutos. El viento parecía dispuesto a arrazar con el techo del restaurant y nada era suficiente para detener a las atravidas gotas de lluvia que llegaban desde todas las direcciones. Era imposible no mojarse o al menos impedir que se moje la mochila; el agua simplemente abarcaba todo.
Cuando finalmente paró de llover, le ofrecimos al botero pagar un poco extra cada uno y de una vez partir a nuestro destino. Asique así no más, me encontraba navegando las tibias aguas del sur de Tailandia y acompañado de una pequeña llovizna que no paraba de caer.
Una vez en Railay Beach, conseguí dividir el precio del alojamiento y pude conseguir un bungalow para dos personas en el que habité sólo a un muy buen precio.
Lo primero que hice después de dejar las cosas fue meterme al mar y por supuesto ir a averiguar los lugares de escalada; según decía, ese era el lugar de los escaladores. Me encontré como dije antes, con un aguade unos 25 o 30 grados de temperatura, completamente verde, y unos alrededores de palmeras y morros intercalados con vegetación y roca blanca y negra por la humedad.
Explorando la península, la marea baja me permitió llegar a una bahía conjunta, TON SAI, sólo me tomó unos pasos encontrar los primeros acantilados para practicar unos pasos de escalada y ponerme a charlar con algunos más que también estaban probando la piedra. Me comentaron que en esa bahía era donde se quedaban los escaladores, que el alojamiento era más barato (150 BAT la noche); que la comida era más barata; y que esos primeros acantilados eran sólo una pisca del centenar de vías de escalada disponibles.
Asique luego de la segunda noche y con la ida de las personas con las que compartí el precio en Railay, emprendí mi camino hacia TON SAI y su alojamiento barato y poco turístico. Eran las 11 de la mañana y a decir verdad, la marea estaba bastante alta, asique tuve que hacerme por entre unas piedras empinadas enclavadas en una jungla tupida; empresa que no hubiese sido de mayor dificultad a no ser por el pequeño detalle de que llovía y que cargaba con mis dos mochilas.
Cuando hube llegado del otro lado, me encontré que aún faltaba cruzar por una parte en donde no había selva, sólo era la roca más sobresalida y la marea que aún la mojaba por encima del metro y medio. Decidido a no perder tiempo, dejé la mochila grande de lado y con la pequeña en mi espalda, comencé a caminar por el agua. Sólo eran unos cuantos metros pero la verdad es que no conté con el leve oleaje, por lo que derepente una onda me mojó la cintura y la próxima alcanzó la parte de abajo de mi mochila (con computadora, plata y libro de viajes adentro); con la desesperación por la terrible subida, salté desde esa posición a la pared y me prendí como pude de unas salientes mientras el agua seguía bañando mis pies; hice fuerza como en la propia escalada y pude subir al pequeño balconcito. Ese lugar sí estaba fuera del alcance del agua; por lo que dejé la mochila pequeña ahi, salté al mar nuevamente desde el metro ochenta en que me encontraba y me dirijí a buscar el alojamiento. Llegué mojado, descalzo, transpirado, desprovisto de todo execpto de una maya, pero conseguí que me reserven el bungalow mientras recuperaba todas mis pertenencias dejadas en el camino.
A partir de ahi todo fue mucho más fácil y sólo se trató de disfrutar de la tranquilidad del Bungalow rodeado de selva; del subir y bajar de la marea y el cambio de paisaje en los distintos momentos del día; de conseguir compañeros que me prestaran equipo para poder escalar y de haberme podido dedicar a eso los 4 últimos días. Los días pasaron entre licuados de fruta, escaladas en rocas que alcanzaban a vistas increíbles de la península, desayunos a base de huevos revueltos y por supuesto el plato principal, fried rice with chicken.
La vida en Ton Sai es un mundo paralelo, además de los visitantes escaladores de todas partes del mundo, está  habitada por hippies y rastas locales o no, que o bien escalan, o bien decidieron quedarse en la paz de ese lugar para disfrutar de la vida a su manera. La pequeñez del lugar impide que haya otro vehículo que una sólo motocicleta cilindrada 110, que no hace más que llevar y traer mercadería para proveer a los pequeños puestos de comidas.
En Ton Sai todavia hay tiempo para deleitarse con todos los atardeceres, con el olor a mar, a palmeras meciendose lentamente, a las estrellas iluminando los cielos nocturnos, y a los sonidos de toda clase de animales, principalmente, monos.

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