jueves, 7 de diciembre de 2017

Edimburgo, La Antigua

Capital de Escocia, se encuentra sobre la costa este de la Isla de Gran Bretaña. En general, poco se conoce de esta joya del norte, ya que la mayoría de los turistas que se aventuran al Reino Unido, focalizan su atención en Londres, que sin duda, vale la pena. Sin embargo, Edinburgo no se queda atrás, y si bien es bastante más pequeña, esconde una belleza diferente.
Esta ciudad escocesa tiene dos partes, una más moderna, y otra antigua; esta última es sin duda la que más impacto genera. Recostada sobre las laderas de una leve colina, tiene como adorno principal un castillo medieval que es el punto más alto de la urbe.
Las callejuela suben y bajan en un desordenado entrevero que gira alrededor de la avenida principal, La Royal Mile, la cual desemboca en las puertas del castillo.
Siendo la columna vertebral, La Royal Mile da espacio a distintos negocios, bares, restaurantes, artistas callejeros, y por sobre todo, al sonido de las gaitas que flota en el aire y parece atraernos como con una fuerza invisible hasta el gaitero que se para firme, con la mirada perdida en el horizonte, y vistiendo la ropa típica del país.
De la avenida principal, se desprenden pequeños pasadizos que a su vez llevan a escalinatas que suben y bajan entre patios internos y pequeños jardines; los cuales aparecen como gemas verdes en un enmarañando de, por momentos, lúgubres edificios.
En su totalidad de piedra, las construcciones tienen un estilo, casi diría, neo-gótico medieval; con pequeñas ventanas en grandes muros redondeados, o torres de 3 o 4 pisos que terminan en un techo puntiagudo; de las cuales parece como que estuviera lista para que Rapunsel lance su cabello al salvador.
Las pequeñas persianas y las rejas incrustadas en las paredes, están ahí por entre las calles como mirándolo a uno como si fuera un intruso del futuro en el mundo en el que la oscuridad se combatía con velas, y los largos vestidos se arrastraban en los solitarios callejones.
Entre pubs y curvas, uno llega de repente al cementerio GreyFriars, el cual se mimetiza perfectamente con el estilo y las tonalidades de los alrededores. A la entrada, lo primero que se visualiza es la tumba más famosa, la cual se dio a conocer porque perteneció a un cuidador del cementerio que luego de fallecido, contó con la incansable e incondicional compañía de su perro Bobby, quien se sentó junto a su lápida por 14 años. Más allá de la historia de Bobby, se esparce el bosque de lápidas y mausoleos abandonados, en los cuales se divisan fechas de hace 300, 400 y hasta 500 años.
Entre ellas, merodean algunas historias que sin duda asustarían al más valiente caballero. Una de ellas, la más famosa, tiene como protagonista al Sanguinario Mackenzie. Enterrado en uno de los mausoleos por varios siglos, dio que hablar por primera vez a finales de los años 90, cuando una noche de tormenta, un vagabundo que merodeaba por los ataúdes, fue víctima de un especie de ataque paranormal que lo dejó con varias heridas, moretones y mordidas. Luego de escapar, se dirigió a las autoridades y contó lo ocurrido. Si bien al principio, costó creerle, la voz comenzó a correrse y otras personas más se acercaron al lugar; las cuales, fueron víctimas de ataques similares.El boca a boca se expandió más y más y la tumba comenzó a ser visitada por cada vez más gente e incluso grupos de turistas. Desafortunadamente, no fue como en la mayoría de los casos de actividad paranormal, donde no son más que mito; y muchos de estos visitantes, denunciaron tener heridas, mordidas, y hasta en algunos casos, se alcanzan a ver espectros en las fotos tomadas. En resumen, la cantidad de incidentes fue tal, que el mausoleo se tuvo que cerrar, y se prohibió el acceso a cualquier persona por cuestiones de seguridad. Hoy en día, si bien el lugar esta bajo candado, uno puede acercarse y tenes una mirada más de cerca por entre los barrotes.
Adicionalmente, el cementerio, fue testigo de interminables caminatas de la escritora de Harry Potter, quien, luego de beber un té en el Elephant Bar, sólo a unos metros de lugar, deambulaba por entre las tumbas e imaginaba nombres e historias que más tarde darían vida a sus tan famosas novelas.
Sigo caminando, las calles empedradas se espiralan a diferentes direcciones. Decido ir hacia la derecha del cementerio, y de repente, me encuentro con una plaza rodeada de bares, restaurantes, y casas con techos escalonados al mejor estilo Frankfurt o Brujas. Una cerveza, y a continuar explorando. Esta vez con dirección hacia arriba, voy por una calle curva y me deslumbro con las fachadas de los negocios, pequeñas, una de cada color, y ofreciendo ropas típicas, licores, quesos e infusiones.
Me escabullo por una escalinata de piedra y una vez más camino sobre la Royal Mile, con vista al castillo, los bares medievales y las iglesias. Son sólo unas horas, un suspiro, un instante imperceptible en una ciudad que vio invasiones, revoluciones y descubrimientos científicos. Edimburgo, sin duda, vale la pena volver varias veces.





viernes, 1 de diciembre de 2017

New Orleans, la colorida.

25 ° y anteojos de sol; así es el invierno en esta ciudad del estado de Luisiana en Estados Unidos. New Orleans es uno de esos nombres que nos remontan a viejos relatos o películas que vimos a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, poco se sabe, o al menos, poco sabía yo, sobre esta bellísima y tan peculiar ciudad.
Antigua colonia española y francesa, esta metrópolis es una conjunción de muchas culturas, colores y costumbres. Nada es estricto  en New Orleans, ni las formas de los edificios, ni el trasado de las calles, ni el comportamiento de la gente.
Con una visible mayoría de afroamericanos, la ciudad parece, desde el vamos, respirar un aire más relajado, des-estructurado, o casi diría, con más swing que otras metrólpolis como Houston o New York.
El área principal es el Barrio Francés (French Quartier). Ahí se encontrarán infinitos bares y restaurantes incrustados en fachadas franco españolas que resaltan balcones, verjas, colores vivos, mucha vida y por sobre todo, enormes galerías rodeadas de finas columnas.
Las calles se entrecruzan y la gente no deja de aparecer, mezclándose con desfiles callejeros y pequeños grupos de niños que hacen shows de percusión con baldes y cacerolas a cambio de una contribución a la gorra.
The French Quartier comprende varias manzanas, las cuales todas conservan su estilo e invitan a imaginar la vida de los últimos 200 años, cuando de carretas, largos vestidos y guerra civil se hablaba.
Porque también es eso, también es la historia cruda, la esclavitud, la rebelión, los distintos bandos y la constante lucha de los seres humanos por ser tratados nada más y nada menos que como seres humanos.
Con tanta música, tanta historia, tanto tambor, y tanta variedad gastronómica, el Barrio Francés es sin duda el destino de todo tipo de turistas, desde grupos de jóvenes, hasta familias enteras que deambulan asombradas.
No es necesario un itinerario fijo para conocer esta zona, vale la pena perderse y cruzarlo de lado a lado, pasando por sus peatonales, sus parques, la costa del río Mississipi, la feria; y el paseo en el tranvía.
Aquél que busque una caminata más conservadora, sin duda se sentirá más a gusto en el Garden District. Con mucha menos oferta gastronómica, cuenta con hermosas calles adornadas de inmensos árboles con troncos retorcidos y ramas larguísimas. Entre ellos, reposan bellísimas mansiones con un promedio de 150 años de antigüedad, que se encuentran en perfecto estado de conservación.
Cabe destacar que, a parte de sólo deambular, es aconsejable descubrir sus distintos tours disponibles, que los llevarán a algunas de las casonas y mansiones que según se dice, son testigos de constante actividad paranormal y guardan secretos de muertes, espíritus y asesinatos.
Como frutilla del postre, en esta tan variada ciudad, se puede visitar el museo de la segunda guerra mundial. Un complejo de 3 edificios con varios pisos de explicación interactiva, vídeos, relatos, y todo tipo de escenarios para recrear los distintos estadíos de la guerra, tanto en Europa, como en las lejanas aguas del Océano Pacifico.
New Orleans podrá no tener la infraestructura de otras grandes ciudades, pero es sin duda uno de esos lugares que no se olvidan, que invaden nuestros recueros con sólo mencionarlos, y que dejan una marca en el alma; la de la vida, el movimiento, y el colorido.


domingo, 17 de febrero de 2013

Primera parte de un viaje de escalada a Estados Unidos


Día 25 de diciembre de 2012

Después de no sé cuantos km de ruta y vía, es lo primero que escribo en este viaje de escalada. Llegamos a uno de los destinos planificados. El parque nacional Joshua Tree al sudoeste de California. Son hasta ahora 13 días de viaje pero ya parece una vida. Comenzamos con las mejillas bañadas por el aire frío del atlántico y hoy nos levantamos en una colina de Santa Bárbara, sobre el Pacífico.

Y es esto que tiene viajar que abre camino en la vida de uno y se clava para siempre, se clava ahí y queda estacado frente a todo. Puedo hablar de Nueva York y de esos mastodontes de acero y vidrio; de las bocinas acá y allá y los taxis colonizando cada centímetro de pavimento. Recuerdo ese cielo azul que nos trajo un viento hermoso y crudo, tajante en nuestras caras que firmes los soportaban.

Así pasaron esos días de grandísima metrópolis y de repente fue el tren rodando sobre esas paralelas de reluciente metal. Cómo imaginar esas olas que crecían en nuestro horizonte, y se preparaban para romper sobre nosotros y revolcarnos la vida dentro de un vagón. Ahí dentro, tres días de viaje como atrincherados contra las ventanas y con los paisajes cayendo cual gotas inolvidables impregnándose en nuestras retinas.

Los campos espolvoreados por casas y graneros que rememoraban películas de la infancia y era una y otra, y otra más y así seguían apareciendo en ese océano verde terroso.

De a ratos nos acercábamos a vecindarios custodiados por casas de dos plantas y cercas de madera y autos en los garages y el sueño americano que se hacía más y más presente. Y así fueron llegando las montañas que crecían q medida que el tren se adentraba en sus bosques profundos. De apoco se iban tiñendo de blanco y era un blanco que chorreaba desde arriba y cubría todo a su paso y entonces fueron los pinos, los incontables árboles y túneles y más montañas y todo tan esmaltado de blanco nieve.

Y de repente de nuevo al presente y acá estoy en el desierto californiano, con la noche que ya es dueña de mi entorno y el frío que me obliga a refugiarme en la bolsa de dormir.

Así es este lugar de piedras enormes y escalada que brota como manantiales de fisuras y más fisuras.

Tan pronto me dejo llevar por el río de recuerdos que ya tiene una corriente que te arrastra, como el tiempo te arrastra y no hay que dejar de ver lo navegado. Y fue sólo ayer cuando pasamos la noche buena en una colina en Santa Bárbara, subidos a un árbol y un eterno atardecer que ahí quedaría en nosotros. Con la ciudad iluminándose poco a poco, y sólo era el cielo rojo mezclado de nubes de colores y el viento escabulléndose entre los pinos. Pensamos en la riqueza, en la verdadera riqueza, aquella del alma, la que no habla, la que dura para siempre, la que tan fácil se halla y tan poco se busca, la que tan fácil te recibe y tan poco se la mira.

Vuelvo al ahora y puedo detenerme a mirar esas enormes rocas blancas manchadas de luna y nubes, y el silencio que lo es todo y nada a la vez. Hora de dormir.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Camino al campo de hielo sur

 Expedicionarios:
Alexis Paulise
Matias Lotitto

Preparativos
-¿Te parece si concinamos las 9 empanadas que quedan y las llevamos para almorzar en el camino? "Dale, buenísimo", contesté mientras preparaba la hoya con el anafe, las sopas instantáneas, y la bolsa con azucar.
La idea era llegar al refugio de paso del viento, pasar la noche allá y regresar al otro día al Chaltén. Lo único a tener en cuenta era que a buen ritmo y para alguien que está acostumbrado a caminar en la montaña, la caminata de ida era de al menos 10 horas, y lo mismo para la caminata de vuelta. Sumado a esto, yo nunca había ido hasta allá, y si bien mi compañero sí conocía el lugar, nunca había llegado en un día. El otro tema a tener en cuenta era que según el pronóstico, la temperatura de la noche por esos lares, sería de unos 4 grados bajo cero. Una de los puntos más impresionantes de esta caminata, es que en el punto más alto, se divisa lo que se conoce como el campo de hielo patagónico sur. El mismo, es un especie de altiplano  hecho de hielo encerrado por la cordillera de los Andes y del cual nacen las decenas de glaciares que dan nombre al renombrado Parque Nacional. El refugio queda justo junto a una laguna a unas dos horas del punto más alto "Paso del Viento"; detrás de la misma, se puede observar el nacimiento del conocido Glaciar Viedma, el cual al día de hoy es el más grande de la Argentina. Matiias tuvo que pedir prestada una bolsa de dormir propicia para tan bajas temperaturas y yo usaría la mía, lo único que me preocupaba es que a la altura de los pies tiene un tajo de aproximadamente 15 cm, por el cual podría podría filtrarse bastante frío. Supusimos que estaríamos bien, asique con las mochilas cargadas, nos fuimos a dormir, ansiosos por comenzar la expedición.
Primer objetivo: Laguna Toro
Fue una mañana de sábado esa en la que partimos, caminábamos medio dormidos por las calles desiertas de las 7 de la mañana del Chaltén; recuerdo que cruzamos el puente y llegamos a la cabaña de Parques Nacionales, desde la cual nace el sendero que va hacia la primer parada del trayecto "campamento Laguna Toro". Había decidido encarar el proyecto con las botas que me prestó Matias, por lo que conocía del camino, pensé que serían más propicias que unas simples zapatillas de trekking. El detalle que olvidé, fue que el usar botas a la que nuestros pies no están acostumbrados, acarrea el grave problema de las ampollas; inconveniente que empezó a molestar aproximadamente a la primer hora de caminata.
No tardamos en adentrarnos en el hermoso sendero, asique mientras atravesábamos frondosos bosques de Lengas y verdes praderas, nos deleitábamos con el cerro Fitz Roy apareciendo de a ratos de mano derecha, hermoso, enorme, recubierto de los primeros rayos de sol de la mañana y dejando entrever sus grietas y repisas nevadas.
Luego de más o menos una hora y media de camino, aparece a la izquierda el inmenso lago Viedma, con ese color turqueza y sus costas quilométricas. Aparece luego de atravesar un bosque húmedo y embarrado, del cual se puede salir airoso cruzando los charcos por encima de troncos y esquivando las huellas del sendero. Una vez que aparce el lago, comienza una pequeña pradera que a simple vista parece firme y seca. Sin embargo, al dar los primeros pasos, las botas comienzan a hundirse; la hermosa pradera es en realidad un mallín. El mallín es básicamente un suelo en el cual solía haber nieve, y tras el derretimiento, queda con una consistencia barrosa líquida que hace una suerte de ventosa para los pies, y del cual por supuesto, se sale con las botas y medias absolutamente empapadas de agua y fango. Luego de unos minutos más, paramos justo en el punto más elevado de la primera parte, desde el cual se observa el valle inmenso que desemboca en el glaciar Toro y la laguna del mismo nombre. Por el medio del valle, atraviesa un río que serpentea descontrolado y está encerrado del lado izquiedo por el cerro Huemul con su glaciar propio que cuelga desde una de sus laderas, y del lado izquierdo por el cerro Solo, el cual si bien se ve desde el pueblo, toma otra forma desde esta perspectiva; sería como verlo justo por detrás. En ese punto nos sentamos a escurrirnos las medias, y para ese momento, las ampollas ya tenían el tamaño aproximado de una moneda de un peso, por supuesto, las dos en carne viva.
Encaramos la bajada al valle y nos adentramos en una pradera cubierta de flores amarillas y troncos de árboles secos que se paraban casi como dándole forma a un cementerio de troncos que alternaban entre los que lograban sostenerse en pie y los que habían sucumbido a la fuerza de gravedad y yacían en el suelo de colores. Pasábamos entre ellos y de a ratos aparecían pequeños arroyos que había que atravesar cuidadosamente pisando ramas tambaleantes o rocas resbalosas. Todo iba relativamente bien hasta que llegamos a un riacho bastante ancho; mirámos a ambos lados, pero no logramos encontrar un lugar propicio para cruzarlo, asique mi compañero encaró el cruce confiándose de algunas ramas y terminó por sumergir los pies en el agua en su totalidad. Decidido a no pasar por eso, me propuse cruzar pisando unas piedras que asoman tímidas en la superifcie correntosa. Pisé la primera, seguí a la segunda, y cuando me confié de la tercera, la misma cedió totalmente y cuando me di cuenta, estaba con la mitad del cuerpo en el agua. Me levanté lo más rápido posible pero ya era tarde. Las dos piernas hasta la cintura, un brazo y parte de la mochila estaban empapados en su totalidad por agua extremadamente fría. Exelente noticia, faltaban aún más de tres cuartos de camino y yo estaba completamente mojado, sin muda de ropa, y con dos ampollas que aparecían en cada paso que daba.
A las 4 horas y media de haber comenzado el periplo, llegamos a la primer parada; el campamento Laguna Toro, detrás de él, estaban la Laguna y el glaciar del mismo nombre, sobre el cual nos montaríamos horas más tarde. Rápidamente y con una temperatura no superior a unos 6 grados, comimos las empanadas luego de haber escurrido por 3ra vez las medias y descansamos aproximadamente 10 minutos. Decidimos emprender camino lo antes posible, ya que si nos quedábamos mucho más tiempo sentados, empezaríamos a tener mucho frío. Asique nos calzamos las medias y botas completamente mojadas y seguimos camino. Bordeamos la laguna Toro y de a poco el viento se hacía presente. Para comenzar a subir la morena y montarnos al glaciar, debíamos badear el río que desembocaba en el ojo de agua, asique luego de un rato de buscar un lugar no muy correntoso y de poca profundidad, cruzamos al otro lado y nos sentamos tras una enorme piedra. Esta vez, nos cambiamos las medias mojadas y comimos algunas galletitas que nos habían quedado.
Con un glaciar de por medio
A partir de ahi, el sendero se hace un poco difuso, asique  comenzamos a atravesar una zona de piedras y casi por intuición llegamos luego de 40 minutos al punto justo donde nos pudimos montar al glaciar. En esa zona se ve como la enorme masa de hielo desemboca con fuerza sobre las rocas y forma una cicatriz larguísima sin pricipio ni final. Los pasos previos al salto al hielo son muy peligrosos debido a que aunque parece sólo piedra, tiene agua congelada debajo, por lo que aunque no lo parezca, es una zona muy resbaladiza. Una vez sobre el inmenso monstruo de hielo, comenzamos a caminar paralelo al pedregal y en ascenso. Si bien por momentos el hielo contiene piedras incrustradas que favorecen la buena tracción de las botas, por momentos también es muy traicionero. Cualquier paso en falso puede significar una caída a una de las enormes grietas que hay que esquivar. Por supuesto que acabar en una de ellas no traería aparejada otra cosa que la muerte o con suerte la quebradura de ambas piernas. En general los glaciares se atraviesan con grampones puestos, pero en el caso de este, comunmente no se usan porque tiene una superficie relativamente estable para el que conoce la zona. Luego de una hora de subidas y bajadas por las blancas lomadas, volvimos al pedregal y ahi sí comenzamos el franco ascenso en dirección Paso del Viento. Ya llevabamos casi siete horas de caminata y recien comenzaba la parte más dura de todas.
Con el Paso del Viento a la vista
Para ese momento el viento soplaba fuertísimo y se incrustaba sin reparo contra las mejillas que ardían. Cada paso era luchar contra el dolor de las ampollas que empeoraban y cuidar que las ráfagas no lo empujen a uno por la pronunciada ladera sonre la cual se apoyaba el sendero. Cada vez más cuesta arriba y ya los manchones de nieve estaban por todos lados y por sobre todo, comenzaban a estar debajo de nuestros pies. De mano derecha el dueño del paisaje era un nuevo glaciar, el Túnel, bajaba como una lengua blanca y desembocaba en su propia laguna, la cual a su vez chocaba con el glaciar del cual veníamos.
Subíamos y subíamos y qué fuerte que soplaba la naturaleza, qué fuerte que había que aferrarse al suelo y agachar la cabeza, que lento subíamos con la nieve por momentos hasta las rodillas y los copos que se chocaban con los ojos que pedían por favor que los mantengamos cerrados. Cuando ya estábamos bastante arriba y cerca del Paso, atravesamos una pequeña cascadita entre la nieve, y una vez más, un paso el falso signifcó terminar con la mano metida en un charco de agua helada. Tuve que sacarme el guante y seguir con la mano descubierta frente a los elementos que parecían querer hecharnos del lugar y aún recuerdo ese cielo gris tormentoso.
Subimos por unas lenguas de nieve y luego de algunos interminable minutos, finalmente llegamos al Paso del Viento, frente a nosotros, se recostaba el infinito Campo de Hielo. No tiene final, no tiene horizonte, no tiene comparación, se funde con el cielo y las montañas en una inconmensurable masa blanca que me recordó lo pequeños que somos los humanos en este planeta.
Cerca del refugio
Desde ese punto y con las piernas que gritaban por el cansancio y la pronunicada subida, falatban aún dos horas hasta el refugio. El frío era tan ardiente en ese nivel, que decidí ponerme nuevamente el guante aunque estuviera mojado, la idea era que se seque con el calor del cuerpo y que la mano no se corte con las cuchillas heladas que volaban por el aire. Bajamos por una ladera pedreguzca, había que apoyarse contra un lado del cuerpo para impedir caer en las pequeñas avalanchas de piedras que se iniciaban con cada movimiento. Una vez más, cualquier resbalón podría haber siginificado rodar unos trescientos metros sin paradas intermedias. Superada la interminable bajada, encaramos del camino al refugio por una superficie relativamente horizontal, lo peor había pasado y para las 6 de la tarde aproximadamente, abrimos la puerta y entramos a la acogedora casilla.
Luego de un rato de charlar con las otras personas que estaban bajo ese techo (un asistente, un cliente, un guía y otros dos porteadores), hice una sopa de arbejas y jamón y luego me dispuse a hacer una polenta. Mientras calentaba la leche, charlábamos no recuerdo sobre qué tema y de un momento al otro, se me ocurre mirar la olla, y veo que debajo ardía una llamarada enorme, el contenido éstaba hirviendo y camino a rebalzarse. Cuando quise bajar el descontrolado fuego, ya era tarde, la leche caía por los lados sobre la bombona de gas. Todos en el refugio agachamos la cabeza y nos cubrimos por la fuertísima explosión. Las paredes, el piso y mi bolsa de dormir, habían quedado cubiertas de leche hervida y todos me preguntaban si estaba bien, si había sobrevivido ileso. Por suerte, no me había quemado y junto a mí, yacía la bombona hinchada. No fue más que un susto, pensé. Al rato, prendimos nuevamente el fuego y disfrutamos de una polenta riquísima antes de meternos en las bolsas de dormir y recostarnos en el entrepiso del lugar.
La vuelta
La mañana del domingo nos levantamos con una ventana que nos mostraba un paisaje totalmente distinto al que habiamos conocido. El clima había hecho de las suyas y ahora estaba todo cubierto de una capa blaquísima de nieve. Tomamos un té con unas gallettitas que habían sobrado, y junto a otros dos porteadores (Carlos de San Juan y Jonas de Santiago de Chile), emprendimos el regreso. Todo el camino de ascenso al Paso del Viento estaba completamente blanco y atravesábamos la nieve sin parar ni un minuto. Las botas se hundían cada vez más y por momentos tirábamos pesadas rocas para chequear la profundidad. La subida era muy pronunciada y las piedras debajo del manto blanco estaban sueltas. Por momentos la nieve se convertía en hielo y la subida se ponía tan resbaladiza como peligrosa. Corríamos con suerte y no soplaba viento fuerte, asique había que apurarnos para atravesar el Paso lo antes posible y encarar la bajada interminable hasta el glaciar y luego laguna toro. Cuando llegamos a la cumbre, una vez más se apareció el campo de hielo y esta vez estaba un poco más despejado, se alcanzaba a ver un horizonte blanco difuso y unos alrededores color luna indescriptibles.
Comenzamos a bajar y seguíamos sobre un sendero marcado por nieve acumulada, había que cuidar muy bien los pasos ya que una vez más, las piedras debajo estaban totalemente sueltas y la capa blanca era traicionera.
Llegamos a laguna Toro a la una de la tarde y con el frío que se acentuaba más y más, decidimos seguis de largo y no parar; esta vez no había medias de recambio y teníamos las botas completamente mojadas. Aún faltaban 5 horas de caminata hasta el pueblo.
Ni bien arrancamos, comenzó a caer un agua nieve tímida que de a poco se fue convirtiendo en una fuerte nevada que nos azotaba en cada metro. Las Lengas estaban cubriéndose de blanco y si bien hacía frío y no dábamos más de cansancio, era hermoso caminar en ese bosque.
Habían pasado algunas horas desde la partida de Toro, y ya el hambre de no haber comido en todo el día, se hacía presente, no teníamos más que un paquete de galletitas de agua y no podíamos parar con el frío intenso y la nieve alrededor. Fue cuando más esfuerzo hicimos, fue cuando más largo se hizo el camino, cuando más deseamos llegar, comer algo y tomar una ducha caliente. Esta vez ya no importaba mojarse, cruzabamos los charcos de mallín y los riachos como si tuvieramos botas, como si fueramos niños en una inundación, de nada servía intentar esquivarlos y el obejtivo era llegar lo antes posible.
Eran las 6 de la tarde cuando finalmente tocamos nuevamente tierra chaltenense y el sol empezaba a recostarse sobre todas las cosas. Sin duda, la más linda, peligrosa e intensa caminata que jamás había emprendido. Los pies me ardían y la panza gruñia fuerte, también tenía una contractura en el empeine que ya molestaba más que las ampollas y la espalda también gritaba con la mochila a cuestas. Sin embargo, creo que todo eso malo que pasaba al llegar, esta justificado por pisar aquellas tierras que de otra forma, serían desconocidas, inexistentes, aquellas tierras que también dan forma a nuestro planeta, aquellas tierras que pocos conocen y con las cuales pocos sueñan.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Reflexión viajera...

Esta vez me acobijo entre lo verde y amarillo del pasto del Chaltén. Acabo de descubrir que a unos 30 cm de mí, hay una pequeña mariposa. Esta camuflada naranja y negra y casi como posando. Qué pequeña junto a mí que soy tan gigante en este sub-mundo. Tan gigante y tan diminuto a la vez, diminuto al pie de las montañas nevadas, clavadas en el horizonte, encerrando en un cuadro a las cabañas y las flores. A la distancia, forman un manto amarikllo que se escabulle por todos los rincones y se termina mezclando con el valle.
No pasa nada en esta tarde de jueves, no pasa más que esta brisa que huele a viento del más allá, de ahi donde se pierden los ojos y la vista se vuelve innecesaria. Porque lo que está más allá del horizonte llega como algo que se funde con el cuerpo, con los sentidos que parecen llenarse de todo, con eso de que aparezca un grupo de perros y salten la cerca, como ovejas, como perros oveja saltando una cerca de madera, y de repente estoy ahi cubierto de flores y de amigos peludos sedientos de caricias, revolcándose en el suelo puro, en el suelo terrozo. De repente no es nada más que eso y todo se vuelve nada, y la nada pierde el sentido, porque deja de existir, porque en este sub-mundo cada cosa es parte de cada otra cosa. Me pregunto qué es todo eso que tiene que pasar para que la "nada" vuelva a su curso ¿Qué es? Y creo que no es algo en particular, creo que es uno mismo el que decide, el que mira con "M" de mirar, y que siente con "S" de sentir; de dejar de esperar los sentimientos y empezar a vivir los sentimientos, a encontrarlos en cada cosa.
Eso es lo que tiene el viajar, que todo se vuelve importante, que lo cotidiano pierde forma y ya nada pasa de largo, nada es como ayer. Pero creo que lo que más sabor le da al viaje, es saber que se termina, que existe un volver a lo otro, al otro mundo. De otra forma, la falta de todos los días, termina por transformarse en un cotidiano, en una constante inconsistencia que acaba por aburrir, por mostrar como común lo raro. Y es en eso que la vida es tan hermosa, en eso de saber que se termina y que la oportunidad de vivirla es ahora y que el tiempo sigue cayendo en cascada. Habrá quien elija bañarse en la cascada y tirarse a tomar sol; y habrá quien se pose justo debajo de la corriente e intente beber toda el agua posible. Al fin y al cabo terminará por arrastrar las rocas y seremos todos parte del mismo río fundiendose en la pradera infinita.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Primeras líneas de un viaje a Patagonia en Gordini

Es jueves 3 de noviembre y la tanquilidad de la tarde en Los Antiguos se hace presente. Esto se trata de sentarse frente a la inmensidad del lago Buenos Aires; se trata de perderse en sus distintas tonalidades, del turqueza, del azul profundo y lo picado del viento patagónico. Viene bajando rapidísimo, desde los picos nevados de mediados de primavera, desde el lado chileno de la cordillera. Sopla desbocado este viento que mese los sauces que nos cubren. El Gordini quedó estacionado en el camping municipal del cual somos practicamente los únicos huéspedes.
Parece mentira que ya sea tierra Santacruceña la que nos acoge; parece mentira que sólo hace 7 días llegábamos a General Acha después de haber pasado la primer noche en Pehuajó ¿Pehuajó? ¿Quién hubiese dicho que la tierra de Manuelita sería la primer parada de esta aventura rutera? Esa noche recuerdo que nos quedamos en el sector de fogones del club del lugar. Estábamos solos y prendimos un fuego para calentar el aire frío de la noche de campo. La cena se compuso de sandwiches que María, la tercer integrante del equipo, había preparado antes de salir.
Estábamos satisfechos con el desempeño del auto, 330 km y sin problemas aparentes. Todo había comenzado de manera estupenda y los 70 km/h de velocidad crucero no se habían hecho pesados.
Así continuamos aquel jueves a la segunda parada, Parque Nacional Lihue Calel, llegando con la noche que nos corría de atrás. Habíamos pasado por ese parque en varias oportunidades, pero no recordábamos ni siquiera cómo era la entrada. Es un lugar perdido en el principio de la ruta del desierto, al sur de la provincia de La Pampa.
El camino desde Pehuajó había sido hermoso, repleto de nacientes plantaciones, de pequeños pueblos pampeanos y de Eucaliptos de todos los tamaños. Se los veía en grupos, perdidos en el verde horizonte y con las ramas arañando el cielo azul, aquel cielo que parece mucho más azul en el campo, ahi, donde se respira con aroma a pasto húmedo, a viento libre de edificios.
El crepúsculo del segundo día nos mostró su sol más brillante, anaranjando sus alrededores y mirándonos de cerca, eramos una hormiga roja en un camino casi desértico.
 Armamos la carpa en un terreno arenoso, escondido entre árboles espinosos y junto a una mesa del camping. Juntamos leña, hicimos pizza a la parrilla, y de postre nos escabullimos entre las ramas colgantes y llegamos a un pequeño descampado. Desde ahí las estrellas no tenían competencia, cubrían todo, cada centímetro del firmamento parecía iluminado. Algunas más blancas, otras más grandes y otras más lejos; pero sin duda, todas hermosas. En ese momento, sólo pensaba en una frase de la banda española Extremoduro: “..me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor..”.

martes, 25 de octubre de 2011

A la Patagonia en Renault Gordini

Nuevamente encaro rumbo sur y la Patagonia nos espera con sus maravillas, con sus rutas desoladas y los cientos y cientos de quilómetros de absolutamente nada. Nos espera con esas montañas punteagudas, que alardean de sus picos nevados desde alturas inimaginables y que desafían a cualquier que se anime a mirarlas de cerca.
Esta vez, nuestro vehículo sérá un Renault Gordini modelo 1962 recién restaurado. Un auto que cuatro meses atrás, se perfilaba a ser parte de un desarmadero, volvió a la vida de la mano de mi compañero Matías(el Tolo) y hoy 25/10 después de incontables idas y venidas, pudo ser asegurado con la oblea de la Verificación Técnica Vehicular firme en el parabrisas.
Este proyecto comenzó un 29/09, casi un mes atrás, cuando mientras daba los primeros suspiros de regreso en Argentina, me decidí a ir a visitar a mi compañero a su casa. Las anécdotas de mi viaje eurasiático se terminaron perdiendo en esa nueva propuesta que se hará realidad mañana 26/10 ¿Cómo está el Godini?¿Lo ves para salir a la ruta? Sí, de motor ya está perfecto, faltaría hacerle el tren delantero y agregarle algunos detalles, como cinturones de seguridad, para que me puedan dar la VTV.
"Mirá Tolo, yo estaba pensabdo en comprar una chatita VW, pero si te animás, yo te ayudo y salimos con el Gordini para fin de mes".
 A partir de ese día, mi llegada se vio acompañada por la nueva partida en puerta, por el segundo tramo de mi vida después de la renuncia(como me gusta llamarla). Esta vez, en plena primavera, partimos en un auto que tenemos fe llegará a lo más profundo del Parque Nacional Los Glaciares en la provincia de Santa Cruz; me refiero a ese pequeño pueblo que no supera los 26 años de antiguedad, a ese pueblo que tiene como vigilantes al Monte Fitz Roy y al Cerro Torre, a ese pueblo llamdo El Chaltén.
Iniciaremos el trayecto en la ruta nacional 5 y una vez llegados a Santa Rosa en La Pampa, tomaremos dirección sudoeste hasta llegar a Neuquén. Desde ahi, seguiremos tomamos sentido sur hasta la confluencia de los ríos Traful y Limay, unos 60 km antes de Bariloche, más conocido como Valle Encantado(paraíso de escalada deportiva). Esperamos llegar a ese lugar en unos 4 días aproximadamente, y quedarnos acampando ahi mismo unos 4 días más, los que utilizaremos únicamente para escalar y vagabundear.
Desde ese punto, la ruta 40 será nuestra única compañera en el cruce de las provincias de Rio Negro, Chubut, y Santa Cruz, pasando por lugares como Bariloche, el Bolsón, el Parque Nacional Los Alerces, Esquel, Los Antiguos, Bajo Caracoles y finalmente la ruta 23 al sur de la última provincia. Desde este cruce, quedarán únicamente 90 km hasta el Chaltén y sus maravillas. Para este tramo, calculamos que deberemos disponer de unos 6 días aproxidamente. Por supuesto que se podría hacer más rápido, pero sin obligaciones a la vista, esto no se trata de una carrera, si no de disfrutar el camino y respirar ese aire patagónico con aroma a fresca primavera.
Los últimos días los dedicamos exclusivamente a hacer que el auto quedara en condiciones para tamaño viaje. Desde la instalación de cinturones de seguridad; hasta el lijado y pintado de las oxidadas llantas; la colocación de una alfombra y burletes; la puesta a punto de los frenos y las luces; la reparación de un tanque de nafta que dejaba escapar muchas de sus preciadas gotas; y muchos otros detalles de último minuto. Fueron días de poco descanso, de horarios laborales de más de 10 horas, de lidiar con todo tipo de talleres y casas de repuestos, de preocupaciones, de una VTV que no llegaba, de un viaje cuyo espíritu crecía pero su cuerpo tardaba en nacer, fueron de felicidad, de incertidumbre, de amoldarme a Argentina y de pensar en Patagonia. Así fueron los días que pasaron, pero finalmente mañana miércoles 26 de octubre del 2011, emprederemos viaje hacia las rutas salvajes de nuestra amada Argentina, de nuestra amada Patagonia, la que seguro nos recibirá con los brazos abiertos y en la que nos quedaremos estos meses de calor que se avecinan.
Serán días de carpa, días de viento frío ardiendo en las mejillas, días de arroz, de polenta, de fideos, de atún y de todo eso que siginfica un campamento. Días de agua del río, de horarios reglados por el alba y el crepúsculo, días de estrellas infinitas en cielos alejados de las urbes y días de libertad en su máxima expresión, de la ruta recostada insasiable de un horizonte intocable. Finalmente, serán días inolvidables.
¡Allá vamos!



sábado, 15 de octubre de 2011

No todo es lo que parece - Shanghai

Hoy por la mañana, caminaba por el Bund, cuando de repente una parejita me pidió que les saque una foto, algo muy extraño teniendo en cuenta que suelen mantenerse lo más lejos posible de nosotros los occidentales. En general, no sesentarían al lado de uno, no le hablarían, y menos que menos, le pedirían que les tome una foto.
Eran del sur y estaban de vacaciones, nos pusimos a hablar de nuestras vidas y parecían muy agradables. Su inglés era bastante bueno como para no tener contacto frecuente con extranjeros.
Les dije que iba para el centro financiero de Shanghai, me recomendaron ir de noche, por las luces y los comercios. Ellos se dirijían aun festiival internacional de degustación de Té a unas cuadras de ahí; según ellos, algo típicamente chino a donde asistía gente de todas partes del país. Entre palabra y palabra, me invitaron a ir con ellos y por supuesto acepté. Imaginé un enorme salón con gente degustando té y haciendo cosas típicas. En su lugar, terminé en un pequeño cuarto de un edificio sentado con ellos dos, frente a una mujer dispuesta a darnos una degustación, exposición, y demostración de las más típicas infuciones. Me alarmé al ver que lo que iba a exponer, era exactamente lo mismo que había visto en una exposición a la que había ido en Beijing.
Minutos después, la mujer trajo el menú de Té, en el cual figuraba su nombre en inglés y el precio por degustarlo: 49 Yuan. Según mi "nuevo amigo", irme a la mitad de la demostración era descortés; pero debo decir que en un abrir y cerrar de ojos, me estaba yendo del lugar, alegando que no tenía un peso como para pagar tanto dinero por una degustación. La última frase que recuerdo fue "have a nice trip around China".
Al salir del edificio, caí en la cuenta de mi inocencia, de la viveza china en su máxima expresión, y de su aparente esfuerzo por evitar que el turista se sienta a gusto.
A su vez, tuve la experiencia de conversar con uno de mis compañeros de cuarto, un chino que se quedaba en Shanghai sólo por un día. Venía de  haber pasado unos días en lo de su hermana, y debía volver a seguir con la escuela militar, de la cual le quedaban aún dos largos años. Fue una experiencia conmovedora, yo era el primer extranjero con el que hablaba en su vida, había aprendido inglés en la escuela y nunca lo había tenido que usar en una situación real. Él estaba feliz y me repitió varias veces lo contento que se encontraba y lo significativo e importante que era para él, el poder charlar conmigo.
Le mostré algunas fotos y estaba admirado de la Patagonia, del norte, de los glaciares (no sabía lo que eran), del Cerro Siete Colores... Cuando le mostré la fotto del Perito Moreno, gritó : "Is that ice?"
Nunca había salido de su provincia y me pidió grabarse algunas fotos en su mp3. Él no quería venderme nada, él realmente se admiró conmigo, con un occidental, con escuchar algo distinto a lo de todos los días, con practicar su inglés para aprender y no para vender descaradamente. Eso es lo más admirable de los chinos, los que no están tocados por la corrupción; son bondadosos, curiosos y muy respetuosos.

martes, 11 de octubre de 2011

Crónicas transiberianas - En algún punto de Rusia

El paisaje sigue inundado de un cielo completamente azul intercalado con bosques de coníferas que forman una pared verde impenetrable. Nuestra próxima parada es un lugar llamado Perun, justo al pie de los montes Urales y a un paso del próximo continente de mi viaje: Asia.
El tren es muy caluroso y paseamos sin remera de acá para allá. La temperatura no baja de los 30 grados y el tiempo se escurre densamente entre charlas, páginas de la biografía del Tintoretto que compré en Cadaqués, y algunos pensamientos que navegan de un lado a otro de mi mente.
El sol va cayendo sobre el paisaje y ya no sé ni qué hora es. Estamos en algún punto a unos 1500 km de Moscú y la próxima parada será del lado asiático de Rusia, a eso de las 23:00 hs.
El hermoso día que fue hoy, parece abandonarnos con el sol tenue que acaricia los miles y miles de árboles. Sobre sus copas, se refleja el tren veloz y se divisan campos sembrados no sé con qué.
La luz del crepúsculo se funde lentamente con los Urales mientras que un río serpenteante y briilloso acompaña nuestro cruce hacia el continente asiático. El tren se mueve lento pero constante, girando como una vívora por entre los montes verdes y lo naranja del cielo reflejado una vez más en el agua.

Parece como que gran parte de las cosas que pensaba hasta el momento, se quedaron en aquél andén de Moscú. El tren es otro mundo, otro viaje, otra vida, una burbuja, un paréntesis de todo difícil de explicar, difícil de sentir. Luego de muchas horas, uno parece simplemente acostumbrarse al meser del tren, empieza a concordar con la respiración, con el viento que circula y con la gente que camina de a ratos por el estrecho pasillo.

jueves, 6 de octubre de 2011

Crónicas transmongolianas - Desierto de Gobbi

El sonido del tren se mezcla con la misma nada del paisaje y crean algo así como un efecto vacío difícil de expresar en una hoja.
La planta más alta no supera los 10 cm y el sol es abrazador. Los colores de la arena varían entre amarillo ocre, marrón claro, oscuro, rojo ligeramente amarronado y no sé cuántos más. De a ratos aparecen manadas de camellos de dos jorobas; acompañados por uno o dos habitantes del lugar.
El Gobbi no tiene fin, no termina nunca, no da respiro a la nada y se lo ve tranquilo, adornado con pequeñas cadenas de sierras rojas en el fondo. Aparecen en el horizonte como queriendo avivar las brazas del desierto puro.
Parece imposible que haya gente que realmente pueda vivir en estas condiciones de plena nada y soledad. Yo digo que debe ser más difíicil para ellos, entender que nos pasamos la mayor parte del día sentados en un cuarto para comprar cosas que no significan supervivencia, y que caminamos como ciegos entre altísimos muros, entre máquinas ruidosas de cuatro ruedas grandes como elefantes o rinocerontes. No creo que puedan entender que para muchos, el cielo ya no existe y sus estrellas se fueron con las luces de todo eso que está iluminado en la ciudad. Que hayamos olvidado al viento, al calor, al frío, pero que los hayamos olvidado en su pureza original, tal como son, sin disfraces, sin excusas, sin ofertas ni productos ni nada.
Tocamos tierra China a las nueve de la noche; la primer ciudad fue Erlian. Nos hicieron control de pasaporte y nos tuvimos que quedar a bordo del tren mientras hacían cambio de ruedas. La trocha de China es más ancha que la Ruso-Mongolesa. fue algo nunca visto, separaron todos los vagones; nos metieron dentro de un hangar enorme y nos fueron levantando uno a uno a una altura de 1,70 mts. Todo ese proceso junto con el control de pasaporte, duró casi dos horas; luego tuvimos dos horas más de espera, pero esta vez,  pudimos bajar del tren.
Realmente estoy pisando suelo Chino, el tren sigue avanzando y como diría John Lennon " I´m just sitting here watching the wheels go round and round".

martes, 4 de octubre de 2011

De Rusia a China en tren

Ese es el tiempo que demora el Transiberiano-Mongoliano en llegar de Moscú a Pekin(capital de China). Subir al tren y hacer el trayecto fue un sueño que se hizo realidad el 09 de agosto del 2011. Llegué a la estación de la capital Rusa y con un calor agoviante, busqué el tablero que indicaba los trenes a partir. Ahi, como si nada, como si fuera uno más, estaba el nombre de Pekin y junto a él, el horario que coincidia con mi billete y la plataforma 4, que esperaba ansiosa su llegada.
Cuando llegó la hora de abordar, me acerqué a la plataforma, y ahi estaba descansando el monstruo de muchísimos vagones verdes, con inscripciones chinas y rusas. Era tan raro, tan simple, tan el transiberiano recostado sobre las vías y yo a punto de subirme, a punto de hacer el check-in en un hotel sobre ruedas.
Busqué mi vagón y cuando quise entrar, me topé con dos guardias Chinos que en un inglés monosílabo, me pidieron que les muestre mi ticket. Lo revisaron, lo sellaron, y se lo guardaron en una pequeña cartera de cuero marrón. Algo confundido por el método, le pregunté a otro pasajero si a él también le habían retenido el billete, y me quedé tranquilo ante su respuesta afirmativa.
Así, con la mochila tirando de mi espalda, me hice paso en el angosto pasillo en busca del asiento-cama número 5. Llegué al camarote y detrás de su puerta corrediza estaba mi hogar, mi sofá, mi silla, mi cama.
Detalles importantes:
Los camarotes son pequeños cuartos con cuatro camas, dos abajo (que tambíén sirven de asiento), y dos arriba plegadas sobre la pared. El pasillo entre los dos asientos tiene unos 70 cm debajo de la ventana, hay una pequeña mesita que servirá como apoya todo, para jugar a las cartas, para comer, para escribir, etc.
El equipaje se puede dejar bajo los asientos o en un compartimiento en la parte de arriba del cuarto.
El transiberiano cuenta con un vagón comedor que no goza ni de calidad, ni de buenos precios; asique en mi mochila llevaba comida para los 6 días de viaje. Por supuesto que no hay cocina abordo, asique la única forma de preparme mis propios almuerzos y cenas, era usando el dispenser de agua hirviendo que está disponible en cada vagón. Mi dieta en el viaje, consisitó de fideos y puré instantáneos, y de carne enlatada del tipo de jamón, atún, salchichas, etc. En mi caso, compré la comida de ante-mano, sin embargo,  la frecuencia de paradas permite adquirir bienes comestibles a lo largo de todo el trayecto.
Con respecto a la bebida, el agua del tren no es POTABLE, asique de tanto en tanto, en esas paradas que realiza cada 3 o 4 horas, es recomendable comprar botellas de agua mineral. Por supuesto que también hay disponible cerveza o cualquier tipo de bebida alcohlica.
Otro punto importante a saber, es que el baño consiste únicamente de un inodoro y un labatorio, asique el que pretenda ducharse en la segunda clase, tendrá que esperar a llegar al hostel/hotel de su destino.
Si hasta ahi sobrevivieron, preparen ropa fresca y cómoda porque en verano la temperatura puede llegar a superar los 35 grados arriba del tren(en algunos trayectos), y por supuesto, el mismo no cuenta con más que un pequeño ventilador por camarote que servirá de alivio esperanzador.
A pesar de pequeños detalles como los antes mencionados, el largo trayecto sobre rieles es una experencia única, conmovedora, repleta de todo, repleta de los más diversos paisajes, repleta de relaciones humanas, de intercambio cultural, de convivencia, de supervivencia. El tren conlleva esa sensación de satisfacción, de viajar al espacio, de navegar por los usos horarios y pasar por zonas del planeta que parecían estar únicamente dibujadas en esos planisferios de la primaria.

Este es un pequeño video de  mis primeros momentos en el tren; se ven algunos detalles sobre el camarote.

viernes, 23 de septiembre de 2011

India, La Indomable

Es difícil hablar de la India, es difícil expresar en unas pocas palabras todo lo que es y todo lo que no es ese país. Un país que rompe cualquier tipo de esquemas, que va contra la corriente y que es tan diferente a todo y su vez tan diferente dentro de sí mismo. Sólo basta moverse unos cuantos quilómetros para oir un nuevo idioma o para comenzar a ver contrastes, paisajes, gente, religiones.
Mi primer ciudad de la India fue Calcuta, la ciudad donde vivió y murió la Madre Teresa, persona que dedicó su vida a ayudar a los más necesitados, y la verdad es que para cualquiera que quiera dedicar su vida a eso, Calcuta, es el lugar indicado.
Caminar por sus calles es una odisea, es como nadar en un mar picado, como una tormenta que pasa por encima de todo y que está ahi constante y no para, no hay momento de paz, de descanso, de sentarse en un parque y mirar el cielo; siemplemente no se puede. Si la bien la India en su conjunto es un país que sufre de una pobreza extrema y que además, te transporta a tiempos pasados, mi primer ciudad es sin duda una de las más afectadas en cuanto a todo. Con una población de casi 20 millones de personas, las veredas y todo lo que sea espacio físico está completamente atestado de cualquier tipo de personas, vehículos, animales y negocios. Se ven vacas, cabras, gente con enormes bolsas, cántaros y cajas sobre sus cabezas, comercios ambulantes de absolutamente todo, cocinas callejeras, taxi-carros tirados por hombres, biciletas, motos, taxis del año 60, todos son iguales.
Cuando andar por la vereda se hace lento por la cantidad de gente y de negocios de ambos lados, la segunda opción es la corriente de gente que también camina por la calle, esquivando las miles de motos y colectivos de humo negro que pasan a centímetros y no paran de tocar la bocina ni un segundo. Por momentos, la corriente callejera también se hace intransitable y peligrosa, ahi es cuando hay que volver a la vereda y entre tantas cosas colgadas, gente, y comercios, uno siente que camina por un túnel donde sucede un especie de efecto invernadero que aumenta el ya por demás clima caluroso que se respira mezclado al smog fuertísimo.
Las veredas también son hogar de miles de almas que parecen no encontrar su lugar en el mundo, que palpitan la vida terrenal con la mirada perdida en ningún lado y los huesos parecen sobresalir por la extrema hambruna. Son almas a las que dios, el destino o vaya saber quién, decidió no ayudar, almas que carecen de energía inclusive para pedir limozna y que están en lo que yo llamo el purgatorio urbano. Almas que cuando miran, penetran con sus ojos negros brillosos y las cabezas escondidas en túnicas embarradas por la tierra y la lluvia del monsón. Quisiera que todos los que vsitian la India puedan hablar de estas almas, puedan hacer llegar la voz a todos los rincones y que todo sea el primer paso para una mano divina sobre esta ciudad que ya ni pide ayuda.
La segunda ciudad que visité en la India fue Varanasi, unos 700 km al norte de Calcuta y construída hace miles y miles de años a la vera del río Ganges.
Una vez más, la máquina del tiempo se enciende y Varanasi se convierte en un perfecto ejemplo de lo que yo creo era el mundo en la época del renacimiento o al menos hace 300 o 400 años. Un mundo de calles laberínticas de no más de un metro y medio de ancho y casas bajas pegadas una a la otra, con paredes despintadas y aberturas de madera pequeñísimas. Un laberinto plagado de vacas, de cabras y de perros; plagado de pequeños comercios que cuelgan su mercadería y cuyo vendedor espera dentrás de un marco angosto, sentado sobre un colchón y gritando sus buenas ofertas. Una ciudad donde la leche que no se ordeña en el momento, se compra en cántaros día a día en un mercado callejero o a un hombre que pasa con su bicicleta.
Varanasi es una ciudad famosa en la India y en el mundo, una ciudad de peregrinaje, una ciudad sagrada a la que muchísima gente asiste tras largos viajes para visitar sus templos y bañarse por minutos en las sagradas aguas del Ganges. Caminan uno tras de otro en larguísimas colas de gente con túnicas blancas o naranjas y frentes pintadas en el templo, descalzos por ser suelo sagrado, y algunos también rapados. Llegan hasta los escalones del río y se adentran de a poco, lavando cada centímetro de su cuerpo en sus aguas marrones bañadas por el sol de la mañana, la tarde o la noche. Constantemente los peregrinos caminan por toda la ciudad en busca de la rivera y la purificación.
En un punto junto al río, una montaña de troncos indica que ahi sucede lo que se conoce como la cremación de cuerpos al aire libre. Las 24 hs del día y los 365 días del año, una terraza de unos 6 x 10 mts, es testigo de como familias llevan a sus difuntos a ser cremados en este lugar sagrado y cómo luego de algunas horas de llamas ardientes, sus restos son aventados a las aguas del Ganges, que una vez más, es el gran protagonista.
Varanasi es una ciudad sagrada, pero la realidad es que no escapa a la pobreza, no escapa a las almas nuevamente a merced de los elementos y los seres humanos desperdigados por sus rincones a la espera de la mano que un gobierno ausente o impotente parece no dar.
La tercer ciudad fue Agra, hogar de una de esas maravillas que son simplemente inexplicables, que parecen haber sido construídas más por una mano divina. Hablo del Taj Majal, ese monumento al amor que fue contruído en el siglo XVII a orden del emperador debido a la muerte de su esposa luego de dar a luz a la hija número 14. El Taj Majal, no es sólo ese espectacular palacio blanco mármol perfecto, es en realidad un conjunto de edificios cuyo centro es precisamente el hermoso palacio. El mismo está hecho en su totalidad de mármol y cuando digo en su totalidad, realmente me refiero a en su totalidad, es gigante, elevado entre cuatro torres como la frutilla de una torta que empalaga a cualquier amante del arte, la arquitectura y la historia. A ambos lados, con ladrillo a la vista y adornadas con tres cúpulas blancas, se encuentran dos mezquitas hechas al estilo arabe-persa y que miran a la frutilla blanca como alabándola o estupefactas por su belleza. Todo el complejo está rodeado por hermosos jardines y por ser sagrado, o bien hay que quitarse los zapatos, o usar unas especie de bolsas que se ajustan alrededor de los mismos.
Agra está unos 600 km al oeste de Varanasi y si bien la máquina del tiempo sigue encendida, ya se empieza a ver más contraste, ya no se trata sólo de extrema pobreza, ya conviven distintos poderes adquisitvos y el entramado de las calles tiene una forma más regular quede a ratos lo trae a uno de vuelta al mundo del siglo XXI.
La cuarta ciudad fue Jaipur, ubicada aún más al oeste, a unos 300 km de Agra, es la capital del estado de Rajastán. Es un lugar cuyo centro se llama la ciudad rosa o vieja; y puedo asegurar que hace honor a esos nombres. Se entra por una enorme puerta tipo persa de color rosa, y una vez adentro, todo lo que está construído es también de este color. Las calles ya se entre cruzan como en una típica ciudad y si bien los animales y los comercios siguen presentes, todo parece tener un orden un tanto más occidental, o al menos, con más lógica de la que estamos acosutmbrados. Además de la ciudad rosa que sin duda llama la atención de todos los sentidos, la ciudad posee varios fuertes y palacios que se elevan entre las montañas y los lagos que rodean el centro.
El anteúltimo punto del itinerario indiano, fue Jaisalmer, una ciudad en el desierto del Thar, a unos 140 km de la frontera con Pakistán. Su centro es un fuerte de cientos de años de antiguedad cuyo color veige se mimetiza con el paisaje del desierto y cuyas terrazas permiten deleitarse cada tarde con un atardecer en el que el sol baja poco a poco como una enorme bola primero fuccia y luego roja, tiñendo el cielo al rededor de todo tipo de colores.
Desde Jaisalmer, fui en una excursión de una noche y dos días al desierto virgen, el medio de transporte, camello. El camino bajo el sol abrazador nos llevó a una zona de dunas en donde la arena era ama y señora del paisaje y los surcos del agua himnotizan a cualquiera que los mire. Fueron dos días de cocinar a leña en las manos de nuestro guía Alí, un comenzal de una villa cercana vestido con la ropa típica musulmana.
Al llegar la tarde, parecía imposible pero sí, el desierto se cubrió de nubes negras y la lluvia se hizo presente.
Mojarse no preocupaba, lo que sí preocupaba era que si seguía nublado, por la noche no se verían estrellas ni luna.
A eso de las 6.30 una vez más la gigante bola roja se hizo lugar entre la tormenta, y el lento atardecer del desierto me transportó a un cuadro de esos del siglo XVIII, donde los motivos mitólogicos son decorados con cielos de todos colores y formas.
Luego de comer a eso de las 8.00, las nubes se hicieron a un lado y la via láctea infinita cruzó el firmamento de un lado a otro; eran miles y miles de estrellas de todos los tamaños, y por supuesto, bastaba con mirar a un punto fijo por unos segundos, para divisar una fugaz que aparecía y desaparecía en un santiamén.

Luego de unas 18 hs de tren, el 20 de septiembre finalmente llegué a Vieja Delhi, desde donde tomé el moderno metro para llegar al hostel ubicado en Nueva Delhi. La última hora del camino desde Jaisalmer, la vía se vio rodeada por miles y miles de precarias casitas y pueblos, con gente lavando la ropa, haciendo sus quehaceres domésticos; animales de todo tipo; y montañas de basura infinitas.
En Delhi si que conviven los fuertes contrastes de todo; el contraste entre vieja y nueva Delhi, entre la limpieza y la suciedad, entre el moderno metro y los primitivos colectivos, entre los ricos y los pobres, entre las calles laberinticas y las anchas avenidas, entre los autos y las biciletas o los bici-taxis. 
En fin, India es un país de contrastes, donde todo puede ser posible, donde nada es por sentado y donde los días de la vida no alcanzan para descubrirla en su totalidad. La verdad es que asusta un poco, pero al final, uno agradece el momento que pisó suelo.

martes, 6 de septiembre de 2011

Odisea y Relax en el sur de Tailandia


Llegué a Railay Beach el 29 de agosto. Para llegar ahi, tuve que tomar un micro desde Bangkok hasta Krabi que tardó largas doce horas; luego una combi desde Krabi hasta Hao Nang, donde finalmente di con el mar verde turqueza que tenía en la cabeza.
Mientras esperábamos que lleguen algunas personas más para abordar el bote que nos llevaría hasta la península de Railay, el cielo se vino abajo en una tormenta cuasi-tropical que duró no menos de 40 minutos. El viento parecía dispuesto a arrazar con el techo del restaurant y nada era suficiente para detener a las atravidas gotas de lluvia que llegaban desde todas las direcciones. Era imposible no mojarse o al menos impedir que se moje la mochila; el agua simplemente abarcaba todo.
Cuando finalmente paró de llover, le ofrecimos al botero pagar un poco extra cada uno y de una vez partir a nuestro destino. Asique así no más, me encontraba navegando las tibias aguas del sur de Tailandia y acompañado de una pequeña llovizna que no paraba de caer.
Una vez en Railay Beach, conseguí dividir el precio del alojamiento y pude conseguir un bungalow para dos personas en el que habité sólo a un muy buen precio.
Lo primero que hice después de dejar las cosas fue meterme al mar y por supuesto ir a averiguar los lugares de escalada; según decía, ese era el lugar de los escaladores. Me encontré como dije antes, con un aguade unos 25 o 30 grados de temperatura, completamente verde, y unos alrededores de palmeras y morros intercalados con vegetación y roca blanca y negra por la humedad.
Explorando la península, la marea baja me permitió llegar a una bahía conjunta, TON SAI, sólo me tomó unos pasos encontrar los primeros acantilados para practicar unos pasos de escalada y ponerme a charlar con algunos más que también estaban probando la piedra. Me comentaron que en esa bahía era donde se quedaban los escaladores, que el alojamiento era más barato (150 BAT la noche); que la comida era más barata; y que esos primeros acantilados eran sólo una pisca del centenar de vías de escalada disponibles.
Asique luego de la segunda noche y con la ida de las personas con las que compartí el precio en Railay, emprendí mi camino hacia TON SAI y su alojamiento barato y poco turístico. Eran las 11 de la mañana y a decir verdad, la marea estaba bastante alta, asique tuve que hacerme por entre unas piedras empinadas enclavadas en una jungla tupida; empresa que no hubiese sido de mayor dificultad a no ser por el pequeño detalle de que llovía y que cargaba con mis dos mochilas.
Cuando hube llegado del otro lado, me encontré que aún faltaba cruzar por una parte en donde no había selva, sólo era la roca más sobresalida y la marea que aún la mojaba por encima del metro y medio. Decidido a no perder tiempo, dejé la mochila grande de lado y con la pequeña en mi espalda, comencé a caminar por el agua. Sólo eran unos cuantos metros pero la verdad es que no conté con el leve oleaje, por lo que derepente una onda me mojó la cintura y la próxima alcanzó la parte de abajo de mi mochila (con computadora, plata y libro de viajes adentro); con la desesperación por la terrible subida, salté desde esa posición a la pared y me prendí como pude de unas salientes mientras el agua seguía bañando mis pies; hice fuerza como en la propia escalada y pude subir al pequeño balconcito. Ese lugar sí estaba fuera del alcance del agua; por lo que dejé la mochila pequeña ahi, salté al mar nuevamente desde el metro ochenta en que me encontraba y me dirijí a buscar el alojamiento. Llegué mojado, descalzo, transpirado, desprovisto de todo execpto de una maya, pero conseguí que me reserven el bungalow mientras recuperaba todas mis pertenencias dejadas en el camino.
A partir de ahi todo fue mucho más fácil y sólo se trató de disfrutar de la tranquilidad del Bungalow rodeado de selva; del subir y bajar de la marea y el cambio de paisaje en los distintos momentos del día; de conseguir compañeros que me prestaran equipo para poder escalar y de haberme podido dedicar a eso los 4 últimos días. Los días pasaron entre licuados de fruta, escaladas en rocas que alcanzaban a vistas increíbles de la península, desayunos a base de huevos revueltos y por supuesto el plato principal, fried rice with chicken.
La vida en Ton Sai es un mundo paralelo, además de los visitantes escaladores de todas partes del mundo, está  habitada por hippies y rastas locales o no, que o bien escalan, o bien decidieron quedarse en la paz de ese lugar para disfrutar de la vida a su manera. La pequeñez del lugar impide que haya otro vehículo que una sólo motocicleta cilindrada 110, que no hace más que llevar y traer mercadería para proveer a los pequeños puestos de comidas.
En Ton Sai todavia hay tiempo para deleitarse con todos los atardeceres, con el olor a mar, a palmeras meciendose lentamente, a las estrellas iluminando los cielos nocturnos, y a los sonidos de toda clase de animales, principalmente, monos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

De vagabundo a millonario en una tarde

Mi último día en Shanghai empezó con un fuerte resfrío, un pañuelo colgando del pantalón y un tupper con avena de desayuno. La verdad es que no había tenido buenos días en esta ciudad inconmensurable y abrumadora. Tiene todo en gran cantidad y la tranquilidad o la naturaleza perdieron todo el terreno frente al acelerado avance de todo lo demás.
Asique habiendo empezado el día con el ánimo un poco bajo, me puse la mochila al hombro una vez más y me dirigí a la estación para tomarme el tren de alta velocidad a la próxima ciudad: Hangzhou, ahi, me esperaba mi amigo chino Xu Zhong que conocí en Inglaterra hace 6 años.
el tren llegó a los 350 km/h y entre pañuelo y pañuelo, fueron 40 minutos para llegar al lugar.
Bajé del vagón y la inmensidad de la estación me desorientó un poco, tenía varios pisos y todos ellos se las arreglaban para dar a la calle, era bastante extraño; sumado a la lluvia que no paraba de caer y la noche que empezaba a aparecer, la verdad es que no tenía mucha idea de para donde arrancar.
Lo primero que hice fue comprar el pasaje que necesitaba para llegar a Guilin, partiría al día siguiente a las 6 de la tarde, asique tendría un poco más de un día para compatir con mi viejo amigo.
Comprando el ticket me enteré que esa estación en la que estaba no es la que había quedado, asique busqué un teléfono y lo llamé para indicarle donde estaba. Xu Zhong estaba en otra ciudad estudiando y llegaría en unas 4 hs, sin embargo, había enviado a un amigo a buscarme, estaba esperando en la otra estación desde hacía media hora.
Por eeste pequeño desencuentro, tuve que esperar unos 50 minutos hasta que un nuevo amigo llegó y me llevó primero a comer. Luego de comer y mientras esperábamos a Xu Zhong, me invitó a tener un masaje de pies. Me dijo que era típico en China, que era relajante, y que por supuesto sería gratis para mi. Con semejante presentación, no dudé en seguirlo y cuando me di cuenta estaba sentado en un sillón reclinable, con los pies en un balde con agua caliente, mirando la tele, comiendo melón y recibiendo un masaje en la espalda como primera medida.
El siguiente paso fue elevar los pies unos 20 centímetros, y lo próximo fue una hora de un relajante masaje de pies mientras seguía comiendo melón y tomando un té para acentuar el momento relajante.
Terminado el masaje, Xu Zhong apareció en escena y luego de una pequeña conversación después de años sin vernos, sus palabras textuales: “Lets go to drink something, you will love my car”
Exactamente 5 minutos despúes, viajaba en un Porche con la ventana baja y el brazo por fuera de la ventana y hablando de la macroeconomía Chino-Argentina con el CEO de una compañía de maquinaria para la construcción(Xu Zhong).
Viajar es un poco de eso, de estar listo para cualquier cosa que pueda pasar en el próximo minuto, para adaptarse a lo que está pasando, en ese momento, no hay mañana ni pasado, hay un presente que se te sube a los hombros y hay que mantenerse a flote en todo momento. Puede ser bueno, malo, muy bueno o muy malo. Todo en un viaje es posible, como en la vida, nada está escrito definitivamente.

lunes, 8 de agosto de 2011

Mañana, Transiberiano

En el mapa se ven los lugares recorridos hasta el momento desde mi partida el 28 de junio. Mañana 09 de agosto,  estaré partiendo en el Tren Transiberiano rumbo a la Capital de la República Popular China.
Horario de partida: 21.35 hora Moscú, 14.35 hora Bs As del martes 9 de agosto
Horario de llegada: 14.05 hora Moscú del dia 15 de agosto
Países que atraviesa: Rusia, Mongolia, China
Preparativos: Mochila repleta de comida del tipo de: fideos instantáneos chinos, salchichas enlatadas, carne enlatada, jamón enlatado, aceitunas, té, leche en polvo, avena, azúcar, varias latas de atún y puré instantáneo.
Posibles contratiempos: no hay duchas
Facilidades: dispensers de agua hirviendo
Camarote de 4 personas
Conexiones: desconocida
Principal pasatiempo: escritura