jueves, 4 de agosto de 2011

Luxemburgo misterioso

Llegamos a Luxemburgo un sábadp 30 de julio. Sibien pleno verano, la temperatura no superaba los 17 grados, y las nubes grises eran amas y señoras del silencioso cielo- Un clima perfecto para deambular por sus calles sigsagueantes y deleitarse con sus altos puentes adornados de arcos perfectos. Es un lugar que grita ser europeo, en el que la ciudad principal es un laberinto antiguo con casas estrechas de dos o tres pisos. Sus veredas se confunden con esas calles empedradas y casi todos los balcones tienen flores que se derriten de colores debajo de las ventanas rectangularmente angostas. Así son sus ventanas y así también son sus puertas de madera; así es todo entonando con todo y alardeando de los pequeñísimos detalles.
El centro de la ciudad goza de una tranquilidad de la que creo pocas metrópolis se dan el lujo. Luxemburgo no tiene problemas de tráfico, ni de smog, ni de basura. Cada cosa en su lugar y uno acaba por sentirse en una burbuja. Donde todo funciona, nada sale de su sitio, los árboles todavia respiran, y el río refleja las fachadas de distintos colores, haciendo de cada paso, una postal.
El interior del país no es menos bello. Pero una vez más, tan pequeño como la ciudad. A pocos minutos del centro, ya uno se encuentra esquivando campos de trigo, maíz, girasoles, y de tanto en tanto, algún grupo de vacas pastando junto a la ruta.
Desde el sur del país hasta la frontera norte, se tarda como mucho, unos 30 minutos en auto por autopista; pero recomiendo las rutas internas, que atraviesan bosques tupidos, pueblos diminutos y túneles curvilínios.
Como condimento extra de este hermoso país, se puede visitar la ruta de los viñedos, recostadas sobre las laderas de las montañas; y recorrer sus bodegas que producen exquisitos vinos.
Puede ser pequeño, pero sin duda, vale la pena dedicar parte del viaje a conocer este inolvidable y misterioso lugar.

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