Uno de esos lugares que sólo se ven en esas raras películas francesas; uno de esos lugares que nos muestra que el ser humano tiene años y años de historia y cultura en su haber. Vitré fue construida en la época medieval y aún se conserva inmaculadamente intacta.
Sus calles, sus esquinas, sus fachadas de cuento de hadas y sus techos a dos aguas con pequeñas tejas negras de que no sé qué material.
Es caminar por ese entramado de callejuelas y admirarse hasta con las ventanas, esas que tienen divisiones como si fueran los vitrauxs de una iglesia gótica, y están entreabiertas como dejadas así por doncellas que esperan por ver pasar a los caballeros en sus corceles.
Todavia recuerdo eso de no saber a donde ir, de mirar en 360 grados y asombrarse con absolutamente todo. Y son las fachadas, los bares, los pequeños restaurantes, el castillo en el vértice del centro histórico, ahí, elevado entre las casitas casi tocando el cielo, igual que la catedral.
Es imposible navegar por sus calles y no sentarse en un restaurant a disfrutar de un deliciso Crepe de Nutella, calentito, con el café delicadamente servido y el ticket escondido en una cajita específica para eso.
Esa es Vitré, sus calles adoquinadas, sus puentes sobre las vías del tren y sus casitas, una al lado de otra sin que ninguna salga de contexto. El Medioevo te toma de la mano y te acompaña a través del pueblo, y no te suelta, no te deja distraerte; parece gritar “¡aca estoy, mírenme!”. La historia de sus construcciones, la tranquilidad de sus calles y la gentileza de su gente conforman este inolvidable lugar a 2 hs de Paris camino a Rennes.
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