jueves, 7 de diciembre de 2017

Edimburgo, La Antigua

Capital de Escocia, se encuentra sobre la costa este de la Isla de Gran Bretaña. En general, poco se conoce de esta joya del norte, ya que la mayoría de los turistas que se aventuran al Reino Unido, focalizan su atención en Londres, que sin duda, vale la pena. Sin embargo, Edinburgo no se queda atrás, y si bien es bastante más pequeña, esconde una belleza diferente.
Esta ciudad escocesa tiene dos partes, una más moderna, y otra antigua; esta última es sin duda la que más impacto genera. Recostada sobre las laderas de una leve colina, tiene como adorno principal un castillo medieval que es el punto más alto de la urbe.
Las callejuela suben y bajan en un desordenado entrevero que gira alrededor de la avenida principal, La Royal Mile, la cual desemboca en las puertas del castillo.
Siendo la columna vertebral, La Royal Mile da espacio a distintos negocios, bares, restaurantes, artistas callejeros, y por sobre todo, al sonido de las gaitas que flota en el aire y parece atraernos como con una fuerza invisible hasta el gaitero que se para firme, con la mirada perdida en el horizonte, y vistiendo la ropa típica del país.
De la avenida principal, se desprenden pequeños pasadizos que a su vez llevan a escalinatas que suben y bajan entre patios internos y pequeños jardines; los cuales aparecen como gemas verdes en un enmarañando de, por momentos, lúgubres edificios.
En su totalidad de piedra, las construcciones tienen un estilo, casi diría, neo-gótico medieval; con pequeñas ventanas en grandes muros redondeados, o torres de 3 o 4 pisos que terminan en un techo puntiagudo; de las cuales parece como que estuviera lista para que Rapunsel lance su cabello al salvador.
Las pequeñas persianas y las rejas incrustadas en las paredes, están ahí por entre las calles como mirándolo a uno como si fuera un intruso del futuro en el mundo en el que la oscuridad se combatía con velas, y los largos vestidos se arrastraban en los solitarios callejones.
Entre pubs y curvas, uno llega de repente al cementerio GreyFriars, el cual se mimetiza perfectamente con el estilo y las tonalidades de los alrededores. A la entrada, lo primero que se visualiza es la tumba más famosa, la cual se dio a conocer porque perteneció a un cuidador del cementerio que luego de fallecido, contó con la incansable e incondicional compañía de su perro Bobby, quien se sentó junto a su lápida por 14 años. Más allá de la historia de Bobby, se esparce el bosque de lápidas y mausoleos abandonados, en los cuales se divisan fechas de hace 300, 400 y hasta 500 años.
Entre ellas, merodean algunas historias que sin duda asustarían al más valiente caballero. Una de ellas, la más famosa, tiene como protagonista al Sanguinario Mackenzie. Enterrado en uno de los mausoleos por varios siglos, dio que hablar por primera vez a finales de los años 90, cuando una noche de tormenta, un vagabundo que merodeaba por los ataúdes, fue víctima de un especie de ataque paranormal que lo dejó con varias heridas, moretones y mordidas. Luego de escapar, se dirigió a las autoridades y contó lo ocurrido. Si bien al principio, costó creerle, la voz comenzó a correrse y otras personas más se acercaron al lugar; las cuales, fueron víctimas de ataques similares.El boca a boca se expandió más y más y la tumba comenzó a ser visitada por cada vez más gente e incluso grupos de turistas. Desafortunadamente, no fue como en la mayoría de los casos de actividad paranormal, donde no son más que mito; y muchos de estos visitantes, denunciaron tener heridas, mordidas, y hasta en algunos casos, se alcanzan a ver espectros en las fotos tomadas. En resumen, la cantidad de incidentes fue tal, que el mausoleo se tuvo que cerrar, y se prohibió el acceso a cualquier persona por cuestiones de seguridad. Hoy en día, si bien el lugar esta bajo candado, uno puede acercarse y tenes una mirada más de cerca por entre los barrotes.
Adicionalmente, el cementerio, fue testigo de interminables caminatas de la escritora de Harry Potter, quien, luego de beber un té en el Elephant Bar, sólo a unos metros de lugar, deambulaba por entre las tumbas e imaginaba nombres e historias que más tarde darían vida a sus tan famosas novelas.
Sigo caminando, las calles empedradas se espiralan a diferentes direcciones. Decido ir hacia la derecha del cementerio, y de repente, me encuentro con una plaza rodeada de bares, restaurantes, y casas con techos escalonados al mejor estilo Frankfurt o Brujas. Una cerveza, y a continuar explorando. Esta vez con dirección hacia arriba, voy por una calle curva y me deslumbro con las fachadas de los negocios, pequeñas, una de cada color, y ofreciendo ropas típicas, licores, quesos e infusiones.
Me escabullo por una escalinata de piedra y una vez más camino sobre la Royal Mile, con vista al castillo, los bares medievales y las iglesias. Son sólo unas horas, un suspiro, un instante imperceptible en una ciudad que vio invasiones, revoluciones y descubrimientos científicos. Edimburgo, sin duda, vale la pena volver varias veces.





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