Las callejuela suben y bajan en un desordenado entrevero que gira alrededor de la avenida principal, La Royal Mile, la cual desemboca en las puertas del castillo.
Siendo la columna vertebral, La Royal Mile da espacio a distintos negocios, bares, restaurantes, artistas callejeros, y por sobre todo, al sonido de las gaitas que flota en el aire y parece atraernos como con una fuerza invisible hasta el gaitero que se para firme, con la mirada perdida en el horizonte, y vistiendo la ropa típica del país.
De la avenida principal, se desprenden pequeños pasadizos que a su vez llevan a escalinatas que suben y bajan entre patios internos y pequeños jardines; los cuales aparecen como gemas verdes en un enmarañando de, por momentos, lúgubres edificios.
Las pequeñas persianas y las rejas incrustadas en las paredes, están ahí por entre las calles como mirándolo a uno como si fuera un intruso del futuro en el mundo en el que la oscuridad se combatía con velas, y los largos vestidos se arrastraban en los solitarios callejones.
Entre pubs y curvas, uno llega de repente al cementerio GreyFriars, el cual se mimetiza perfectamente con el estilo y las tonalidades de los alrededores. A la entrada, lo primero que se visualiza es la tumba más famosa, la cual se dio a conocer porque perteneció a un cuidador del cementerio que luego de fallecido, contó con la incansable e incondicional compañía de su perro Bobby, quien se sentó junto a su lápida por 14 años. Más allá de la historia de Bobby, se esparce el bosque de lápidas y mausoleos abandonados, en los cuales se divisan fechas de hace 300, 400 y hasta 500 años.
Entre ellas, merodean algunas historias que sin duda asustarían al más valiente caballero. Una de ellas, la más famosa, tiene como protagonista al Sanguinario Mackenzie. Enterrado en uno de los mausoleos por varios siglos, dio que hablar por primera vez a finales de los años 90, cuando una noche de tormenta, un vagabundo que merodeaba por los ataúdes, fue víctima de un especie de ataque paranormal que lo dejó con varias heridas, moretones y mordidas. Luego de escapar, se dirigió a las autoridades y contó lo ocurrido. Si bien al principio, costó creerle, la voz comenzó a correrse y otras personas más se acercaron al lugar; las cuales, fueron víctimas de ataques similares.El boca a boca se expandió más y más y la tumba comenzó a ser visitada por cada vez más gente e incluso grupos de turistas. Desafortunadamente, no fue como en la mayoría de los casos de actividad paranormal, donde no son más que mito; y muchos de estos visitantes, denunciaron tener heridas, mordidas, y hasta en algunos casos, se alcanzan a ver espectros en las fotos tomadas. En resumen, la cantidad de incidentes fue tal, que el mausoleo se tuvo que cerrar, y se prohibió el acceso a cualquier persona por cuestiones de seguridad. Hoy en día, si bien el lugar esta bajo candado, uno puede acercarse y tenes una mirada más de cerca por entre los barrotes.
Me escabullo por una escalinata de piedra y una vez más camino sobre la Royal Mile, con vista al castillo, los bares medievales y las iglesias. Son sólo unas horas, un suspiro, un instante imperceptible en una ciudad que vio invasiones, revoluciones y descubrimientos científicos. Edimburgo, sin duda, vale la pena volver varias veces.
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