Caminar por sus calles es una odisea, es como nadar en un mar picado, como una tormenta que pasa por encima de todo y que está ahi constante y no para, no hay momento de paz, de descanso, de sentarse en un parque y mirar el cielo; siemplemente no se puede. Si la bien la India en su conjunto es un país que sufre de una pobreza extrema y que además, te transporta a tiempos pasados, mi primer ciudad es sin duda una de las más afectadas en cuanto a todo. Con una población de casi 20 millones de personas, las veredas y todo lo que sea espacio físico está completamente atestado de cualquier tipo de personas, vehículos, animales y negocios. Se ven vacas, cabras, gente con enormes bolsas, cántaros y cajas sobre sus cabezas, comercios ambulantes de absolutamente todo, cocinas callejeras, taxi-carros tirados por hombres, biciletas, motos, taxis del año 60, todos son iguales.
Cuando andar por la vereda se hace lento por la cantidad de gente y de negocios de ambos lados, la segunda opción es la corriente de gente que también camina por la calle, esquivando las miles de motos y colectivos de humo negro que pasan a centímetros y no paran de tocar la bocina ni un segundo. Por momentos, la corriente callejera también se hace intransitable y peligrosa, ahi es cuando hay que volver a la vereda y entre tantas cosas colgadas, gente, y comercios, uno siente que camina por un túnel donde sucede un especie de efecto invernadero que aumenta el ya por demás clima caluroso que se respira mezclado al smog fuertísimo.Las veredas también son hogar de miles de almas que parecen no encontrar su lugar en el mundo, que palpitan la vida terrenal con la mirada perdida en ningún lado y los huesos parecen sobresalir por la extrema hambruna. Son almas a las que dios, el destino o vaya saber quién, decidió no ayudar, almas que carecen de energía inclusive para pedir limozna y que están en lo que yo llamo el purgatorio urbano. Almas que cuando miran, penetran con sus ojos negros brillosos y las cabezas escondidas en túnicas embarradas por la tierra y la lluvia del monsón. Quisiera que todos los que vsitian la India puedan hablar de estas almas, puedan hacer llegar la voz a todos los rincones y que todo sea el primer paso para una mano divina sobre esta ciudad que ya ni pide ayuda.
Varanasi es una ciudad famosa en la India y en el mundo, una ciudad de peregrinaje, una ciudad sagrada a la que muchísima gente asiste tras largos viajes para visitar sus templos y bañarse por minutos en las sagradas aguas del Ganges. Caminan uno tras de otro en larguísimas colas de gente con túnicas blancas o naranjas y frentes pintadas en el templo, descalzos por ser suelo sagrado, y algunos también rapados. Llegan hasta los escalones del río y se adentran de a poco, lavando cada centímetro de su cuerpo en sus aguas marrones bañadas por el sol de la mañana, la tarde o la noche. Constantemente los peregrinos caminan por toda la ciudad en busca de la rivera y la purificación.
En un punto junto al río, una montaña de troncos indica que ahi sucede lo que se conoce como la cremación de cuerpos al aire libre. Las 24 hs del día y los 365 días del año, una terraza de unos 6 x 10 mts, es testigo de como familias llevan a sus difuntos a ser cremados en este lugar sagrado y cómo luego de algunas horas de llamas ardientes, sus restos son aventados a las aguas del Ganges, que una vez más, es el gran protagonista.
Varanasi es una ciudad sagrada, pero la realidad es que no escapa a la pobreza, no escapa a las almas nuevamente a merced de los elementos y los seres humanos desperdigados por sus rincones a la espera de la mano que un gobierno ausente o impotente parece no dar.
Al llegar la tarde, parecía imposible pero sí, el desierto se cubrió de nubes negras y la lluvia se hizo presente.
Mojarse no preocupaba, lo que sí preocupaba era que si seguía nublado, por la noche no se verían estrellas ni luna.
A eso de las 6.30 una vez más la gigante bola roja se hizo lugar entre la tormenta, y el lento atardecer del desierto me transportó a un cuadro de esos del siglo XVIII, donde los motivos mitólogicos son decorados con cielos de todos colores y formas.
Luego de comer a eso de las 8.00, las nubes se hicieron a un lado y la via láctea infinita cruzó el firmamento de un lado a otro; eran miles y miles de estrellas de todos los tamaños, y por supuesto, bastaba con mirar a un punto fijo por unos segundos, para divisar una fugaz que aparecía y desaparecía en un santiamén.
En Delhi si que conviven los fuertes contrastes de todo; el contraste entre vieja y nueva Delhi, entre la limpieza y la suciedad, entre el moderno metro y los primitivos colectivos, entre los ricos y los pobres, entre las calles laberinticas y las anchas avenidas, entre los autos y las biciletas o los bici-taxis.
En fin, India es un país de contrastes, donde todo puede ser posible, donde nada es por sentado y donde los días de la vida no alcanzan para descubrirla en su totalidad. La verdad es que asusta un poco, pero al final, uno agradece el momento que pisó suelo.